Retirar monumentos y abrir el espacio público

Publicado en Nueva revolución, 21, 11, 2020

El 10 de octubre de 2020 la estatua de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma, en Ciudad de México, era desmontada para proceder a su restauración. La Secretaría de Gobierno de la ciudad explicó que se la llevaban para restaurar «de manera profunda» y preservar así su patrimonio artístico-cultural (Cadena SER, 12/17/2020). Esto sucedía poco antes de la celebración de un Día de la Raza que se preveía agitado, con una marcha convocada con el lema “Lo vamos a derribar” y una campaña en Change.org para la retirada de monumentos asociados a la colonización. Todo apunta a que la restauración irá para largo.

Colón está siendo señalado en los últimos meses como un objetivo principal por los movimientos sociales antirracistas, que critican la presencia de símbolos asociados a figuras que de algún modo estuvieron implicadas en la explotación y opresión de pueblos conquistados. Al margen de la implicación real del “descubridor” en los actos de explotación y rapiña en América, su figura fue usada para consolidar una escala de valores que implica el desplazamiento y marginación de pueblos enteros, imposición de un modelo cultural y económico por la fuerza. El debate en torno a la presencia de de monumentos en el espacio público se centra en figuras como esta, y está cobrando una intensidad como nunca antes habíamos visto, Esto implica una revisión crítica de la presencia de esculturas y símbolos en nuestro espacio público. El movimiento está cogiendo fuerza en países diversos, y es nuevo porque se trata de  un movimiento global, que ya no da nada por supuesto y no acepta nociones preconcebidas asociadas a las bellas artes y al patrimonio, que históricamente han contribuido a proteger las estatuas de personajes de dudosa ejemplaridad.

Creo que ahí está la base del problema que vemos asociado a la escultura pública: los monumentos se erigen a personajes que determinados agentes de la sociedad (históricamente, la burguesía, no el proletariado ni el campesinado) consideran representativos de virtudes ejemplares. La escultura decimonónica es eso: celebrar y homenajear a figuras eminentes que destacaron en su época, como militares, estadistas, médicos o empresarios. Y lo que estos sectores consideran como “ejemplar” a menudo no lo es para otros. El paso del tiempo a menudo juega en su contra.

La estatua de Eugenio Montero Ríos (político gallego que promulgó la Ley de Matrimonio Civil), permaneció doce años en la plaza compostelana del Obradoiro, en la que se colocó en 1916, para ser luego trasladada a otra plaza más pequeña y escondida. Los sectores conservadores vinculados a la iglesia nunca lo vieron con buenos ojos, y prefirieron que la vista de la fachada de la catedral quedara despejada. Otra estatua erigida unos años antes, la del empresario y filántropo Antonio López fue retirada en 2018  de una plaza barcelonesa: la filantropía no se tolera cuando las fortunas se amasan con el comercio de esclavos. Las estatuas, en definitiva, también se mueven, se desplazan, se reubican o destruyen. De hecho, uno de los síntomas de los cambios políticos o religiosos de gran calado es el derribo de estatuas. Véase, el derrocamiento de un dictador. Pero ahora es otra cosa: un movimiento global, que afecta a países democráticos, sin necesidad de cambios políticos drásticos.

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